26 mar 2013

A diez años del inicio de la inconclusa guerra de Irak

IRI

El 20 de marzo del año 2003 una coalición internacional liderada por los Estados Unidos inicia la “Operación Libertad para Irak”, tras infructuosos intentos por obtener una resolución del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas que autorizaran expresamente las acciones armadas. Poco tiempo después, el 9 de abril, cae Bagdad. El 1 de mayo de ese mismo año, desde el portaaviones Lincoln, el presidente George W. Bush anunciaba eufórico que la “misión estaba cumplida”, y que las acciones militares habían concluido. El 13 de diciembre de ese mismo año, Saddam Hussein es capturado, y el 30 de diciembre de 2006 es ejecutado tras un juicio en el cual es sentenciado a morir en la horca por la matanza de shiíes en Dujail en 1982.

El 27 de febrero de 2009, el flamante presidente de los Estados Unidos, Barak Obama, anuncia que el grueso de las tropas americanas saldría de Irak para agosto de 2010, y que la retirada se completaría para finales de 2011.

La “Operación Libertad para Irak” es terminada oficialmente el 18 de agosto de 2010 por el presidente Obama.

Algunos datos ilustrarían el costo de diez años de presencia americana en la Mesopotamia: más de 122.000 iraquíes perdieron su vida (según la información de la ONG Irak Body Count; aunque existía un controversial conteo llevado adelante por The Lancet que registraba más de 650.000 víctimas para 2006, proyectando más de un millón para 2013), así como cerca de 4.400 soldados americanos; 32.000 de ellos resultaron heridos; hoy se contabilizan en 2.000 las muertes semanales por violencia política, en 20 los suicidios diarios entre los veteranos de esta guerra y la de Afganistán y 1.300.000 desplazados que aún no pueden volver a sus hogares. A su vez, Washington gastó en esta aventura más de mil millones de dólares durante la crisis más profunda que el capitalismo ha sufrido desde 1929.

Diez años después de la ocupación, sólo el 40% de los adultos tiene trabajo (y de ellos, el 65% trabaja en el sector público. De acuerdo a informes elaborados por la Unión Europea, el promedio de trabajo en las oficinas públicas es de 17 minutos diarios); por otro lado, ni los cerca de 73.000 millones de dólares que produce anualmente como ingreso el petróleo ni los 60.000 millones de dólares invertidos por los EE.UU. en el país se han traducido en progreso alguno para la población, carente de las infraestructuras básicas. Tan así es que no está garantizado ni el suministro eléctrico ni el agua potable ni la recolección de residuos, convirtiendo a las ciudades iraquíes en grandes vertederos abiertos. Todo el dinero invertido o generado en Irak, más un estado fallido que un ejemplo a imitar, parece desvanecerse en el aire, lo que lo ha llevado a posicionarse en el oscuro octavo lugar entre los países más corruptos del mundo, según Transparency International.

Estados Unidos constató que su estrategia no se materializó en el campo: Irán se fortaleció, Irak se debilitó, los aliados de EE.UU se distanciaron de Washington y toda la región se vio sacudida por movimientos populares completamente ajenos al control norteamericano, profundizando una inestabilidad que lejos está de terminar. Y ello para no mencionar las incalculables consecuencias de la pérdida, por parte de Washington, de la “ventaja moral” que el haber sufrido los atentados del 11 de setiembre le había otorgado, al haberse comprobado las tramas de mentiras que condujeron a las acciones armadas, y las revelaciones que el maltrato dispensado a los prisioneros en Guantánamo y Abu Ghraib

Esta “Guerra de Voluntad” (para diferenciarla de la “Guerra de Necesidad” que se libraba en Afganistán) ha marcado el fin de operaciones a gran escala llevadas a cabo por las fuerzas armadas norteamericanas en el exterior (así lo aseveró el ex Secretario de Defensa Robert Gates, quien poco después de dimitir declaró que “cualquier asesor que recomendara semejantes acciones debería hacerse examinar la cabeza…”). Las operaciones quirúrgicas llevadas a cabo por Washington en Libia, así como la permanente utilización de los aviones no tripulados (o drones) comandados a miles de kilómetros del lugar donde actúan en la guerra contra el terrorismo, resultan paradigmáticas en la actualidad de las acciones militares autorizadas por el presidente Obama, marcando el pulso de lo que cabe esperar en el futuro inmediato.

La temeridad (o inconsciencia) del presidente Bush y su equipo al momento de tomar las decisiones y llevar a cabo estas acciones, poco probablemente le asignen un lugar de honor en la historia por la forma en la que se condujo una de las primeras guerras del siglo XXI. No podemos dejar de coincidir con el analista Joseph Nye, quien afirmó que “Aun cuando acontecimientos fortuitos propicien un Oriente Medio mejor dentro de diez años, los historiadores futuros criticarán la forma como Bush adoptó sus decisiones y distribuyó los riesgos y los costos de sus acciones. Una cosa es guiar a personas montaña arriba y otra muy distinta conducirlas al borde de un precipicio.”

La crudeza de la guerra, maximizada en los resultados de la participación de Occidente en las acciones en Irak, ha dejado una huella indeleble en nuestra mente, una herida aún abierta. No hay disparo sin retroceso. La violencia puede terminar con la vida de quien la sufre, pero también cambia para siempre la de quien la ejerce. En cierta manera, también queda lastimada la mano que golpea. No es por banalizar el sufrimiento de este pueblo de Medio Oriente, pero no podemos dejar de reflexionar en cuánto dolor le ha producido el mundo el accionar unilateral de la principal potencia y cómo se vieron arrastrados a ella sus aliados. Esperemos que esta lección, de una vez por todas, sea aprendida.

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