10 nov 2009

20 años después de la Caída del Muro de Berlín: Más allá del Fundamentalismo de Mercado




Por Eric Hobsbawn (*)
LONDRES, Nov (IPS) El breve siglo XX fue una era de guerras religiosas entre ideologías seculares. Por razones más históricas que lógicas el siglo pasado fue dominado por la oposición entre dos tipos de economía mutuamente excluyentes: el “socialismo”, identificado con las economías planificadas centralmente del tipo soviético, y el “capitalismo”, que cubrió todo el resto.
Esta aparentemente oposición fundamental entre un sistema que buscó eliminar la búsqueda de lucro de la empresa privada y otro que procuró eliminar toda restricción del sector público sobre el mercado nunca fue realista. Todas las economías modernas deben combinar lo público y lo privado de variadas maneras y de hecho lo hacen. Las dos tentativas de cumplir a rajatabla con la lógica de esas definiciones de “capitalismo” y de “socialismo” han fracasado. Las economías de planificación comandada por el Estado de tipo soviético no sobrevivieron a los años 80 y el “fundamentalismo del mercado” angloestadounidense, entonces en su apogeo, se hizo pedazos en 2008.
El siglo XXI tendrá que reconsiderar sus problemas en términos más realistas. ¿De qué manera ha afectado el fracaso a los países anteriormente comprometidos con el “modelo socialista”? Bajo el socialismo ellos no fueron capaces de reformar sus sistemas de economía planificada, aunque sus técnicos tenían plena conciencia de sus defectos fundamentales, que eran internacionalmente no competitivos y seguían siendo viables sólo en la medida en que estuvieran aislados del resto de la economía mundial.
El aislamiento no pudo ser mantenido, y cuando el socialismo fue abandonado, ya fuera por el colapso de los regímenes políticos, como ocurrió en Europa, o por el propio régimen, como sucedió en China y Vietnam, esos Estados se zambulleron en lo que a muchos pareció como la única alternativa a disposición: el capitalismo en su entonces dominante forma extrema del libre mercado.
Los resultados inmediatos en Europa fueron catastróficos. Los países de la ex Unión Soviética no han superado aún sus efectos. Afortunadamente para China su modelo capitalista no se inspiró en el neoliberalismo angloestadounidense sino en el mucho más dirigista de los “tigres” del Este asiático. China lanzó su “gran salto adelante” económico con escasa preocupación por sus implicaciones sociales y humanas.
Este período está ahora llegando a su fin, tal como ocurre con el dominio del liberalismo económico angloestadounidense, aunque todavía no sabemos que cambios traerá la actual crisis económica mundial cuando sean superados los efectos de la sacudida de los últimos dos años. Una sola cosa es clara, hay un importante desplazamiento de las viejas economías del Atlántico Norte hacia el Sur y sobre todo hacia Asia del Este.
En esta situación, los Estados ex socialistas (incluyendo aquellos todavía gobernados por partidos comunistas) enfrentan muy diferentes perspectivas y problemas.
Rusia, habiéndose recobrado hasta cierto punto de la catástrofe de los años 90, quedó reducida a un fuerte pero vulnerable exportador de materias primas y energía, y hasta ahora ha sido incapaz de reconstruir una base económica más balanceada.
La reacción contra los excesos de la era neoliberal ha llevado a cierto retorno a una forma de capitalismo de Estado con una reversión a aspectos de la herencia soviética. Es evidente que la simple “imitación del Occidente” ha dejado de ser una opción. Esto es todavía más obvio en China, que ha desarrollado su capitalismo poscomunista con considerable éxito. Tanto es así que futuros historiadores bien podrían ver a China como el verdadero salvador de la economía del mundo capitalista en la actual crisis.
En resumen, ya no es posible creer en una única forma global de capitalismo o de poscapitalismo.
Sin embargo, modelar la economía futura es quizás el asunto menos importante de nuestras preocupaciones. La diferencia crucial entre los sistemas económicos radica no en sus estructuras sino en sus prioridades sociales y morales. A este respecto veo dos problemas críticos:
El primero es que el fin del comunismo ha significado el súbito fin de los valores, hábitos y prácticas sociales con los cuales han vivido varias generaciones, no sólo de los regímenes comunistas sino también los del pasado precomunista y que han sido ampliamente preservados bajo tales regímenes. Excepto para los nacidos después de 1989, se mantiene en todos un sentimiento de alteración y desorientación social, aún cuando los apuros económicos ya no predominan en la población poscomunista. Inevitablemente, pasarán varias décadas antes de que las sociedades poscomunistas encuentren un modo de vivir estable en la nueva era, y de que puedan ser erradicadas algunas de las consecuencias de la alteración social, de la corrupción y del crimen institucionalizados.
El segundo problema es que tanto el neoliberalismo occidental como las políticas poscomunistas que ha inspirado deliberadamente subordinan el bienestar y la justicia social a la tiranía del Producto Interno Bruto, sinónimo del máximo y deliberadamente desigual crecimiento. De esta manera se socavan, y en algunos países ex comunistas se destruyen, el sistema de seguridad social, los valores y los objetivos del servicio público. Tampoco existen bases para el “capitalismo con rostro humano” de Europa de las décadas posteriores a 1945 ni para satisfactorios sistemas poscomunistas de economía mixta.
El propósito de una economía no debe ser el lucro sino el bienestar de toda la gente, así como la legitimación del Estado es su pueblo y no su poder. El crecimiento económico no es un fin en sí sino un medio para crear sociedades buenas, humanas y justas. Lo que importa es cómo y con qué prioridades combinemos los elementos públicos y privados en nuestras economías mixtas. Esta es la cuestión política clave del siglo XXI. (FIN/COPYRIGHT IPS)
(*) Eric Hobsbawm, historiador y escritor británico.

1 nov 2009

Panamá un país multicultural...


Panamá país de migrantes


DARMA ZAMBRANA/PILAR CALDERÓN 

Desde la colonia, inmigrantes, extranjeros y locales, poco a poco le han dado forma a la panameñidad, una mezcla de razas, culturas, religiones y lenguas que hoy conviven y se enriquecen en la Panamá del siglo XXI.
A 106 años de la constitución de Panamá como estado independiente “la identidad panameña continúa siendo una historia sin resolver, una gran incógnita que no ha podido ser despejada aún”, al decir del antropólogo y sociólogo Stanley Heckadon, hijo de un norteamericano y una chiricana y prueba viviente de la diversidad cultural panameña. Para Raúl Leis, sociólogo, escritor y comunicador de ascendencia española y colombiana, la identidad panameña es una suma de identidades que conviven entre sí, se comunican, interactúan, se retroalimentan y producen un aprendizaje recíproco que genera la multiculturalidad que caracteriza a Panamá.

Según el Informe global sobre Desarrollo Humano de 2009 “Superando barreras: movilidad y desarrollo humanos”, casi mil millones de personas, es decir una de cada siete, son migrantes externos o internos. “Vivimos en un mundo extremadamente móvil donde la migración no es solamente inevitable, sino también una dimensión importantísima del desarrollo humano”, dice el informe preparado por el PNUD y presentado recientemente en Bangkok. El estudio señala además que -contrariamente a lo que se cree comúnmente- “la migración puede mejorar el desarrollo humano de quienes se desplazan, de las comunidades de destino y de los que permanecen en su lugar de origen”.

Y eso, precisamente, es lo que ha pasado con Panamá, un país que como muchos otros incluidos los Estados Unidos, es un claro ejemplo de una nación consolidada por las fuerzas migratorias que han llegado a ella desde la época colonial. Hernán Porras, el primer panameño graduado en antropología y autor en 1953 del primer estudio sobre el tema y del artículo “Papel histórico de los grupos humanos en Panamá”, reconoce tres grupos humanos en el Panamá de la colonización hasta fines del siglo XIX: el aborigen, “que ante la invasión y colonización española fue conquistado, eliminado y marginalizado”; el blanco aventurero de la conquista, con sus tres variantes -latifundista, campesino y capitalino- y finalmente el africano, que llegó con el español, dividido en tres grupos: el cimarrón, el esclavo rural y el doméstico. Según Porras, tanto el africano como el indígena eran casi marginales y el verdadero Panamá lo construyeron el comerciante blanco de la zona de tránsito (el eje Panamá – Colón) y el campesino blanco interiorano, descendiente de español y católico.

Las grandes corrientes migratorias, sin embargo, llegaron a Panamá a finales del siglo XIX y comienzos del XX de la mano de las grandes obras de infraestructura: el ferrocarril, el canal francés y el canal americano que, junto con una economía cuyo énfasis radicaba en el comercio y los servicios, crearon un polo de atracción para migrantes de todas partes del mundo. Según señala Raúl Leis, en ese entonces Panamá no tenía la capacidad para responder a la demanda de mano de obra de estos monumentales proyectos “por lo cual se generó una migración inducida, por cuotas y así llegaron jamaiquinos, europeos, (griegos, españoles e italianos), asiáticos y antillanos”.

Heckadon, por su parte, afirma en su ensayo “Convergencias étnicas en la nacionalidad panameña” que “el ferrocarril y el canal son hitos en la formación de la sociedad panameña contemporánea y su incorporación a la economía mundial. Hasta la mitad del siglo XIX (Panamá) era una sociedad colonial, ensimismada, pequeña, que cambiaba lentamente. Repentinamente llegaron las portentosas obras que nos unieron al mundo moderno y con ellas llegan miles de extranjeros trayendo sus culturas. De esta coexistencia surgirían nuevos mestizajes étnicos, culturales y acentuarían el cómo hacer para vivir juntos”.

LA FORJA DE LA PANAMEÑIDAD

“La movilidad generalmente aporta nuevas ideas, conocimientos y recursos, tanto para los migrantes como para los países de origen, que pueden complementar e incluso mejorar el desarrollo humano y económico”, asevera el Informe del PNUD. Y Panamá es una clara muestra de ello.Éste, por ejemplo, es uno de los países de la región donde más arroz se come porque la costumbre, como el grano, fue traída por los chinos que llegaron a la construcción del ferrocarril y adoptada por los panameños. También es común oírle decir a un panameño “hoy comimos buco pocotón” o admirativamente “¡buco pocotón!” mirando a una mujer generosa de formas. Ese “buco” es un panameñismo derivado del francés “beaucoup” que significa 'mucho', heredado de la presencia francesa en la época de la construcción del primer proyecto canalero.

“Esta interrelación”, dice Leis, “es lo que llamamos interculturalidad y es nada más y nada menos que la capacidad de las culturas de negociar espacios imaginarios de una integración, que puede ser positiva o negativa”.

A partir de la Segunda Guerra Mundial se produce un cambio fundamental en la escasa vinculación que tenía el Panamá de tránsito (ciudad de Panamá, Colón y alrededores del Canal) con el Panamá rural e indígena, y esto se constituye en un hecho importante para entender el flujo migratorio de entonces. “Estados Unidos”, relata Heckadon, “realizó una enorme inversión para defensa del Canal, construyendo más de 300 instalaciones militares. Al no haber mano de obra en Panamá llegaron hondureños, salvadoreños y nicaragüenses en una reedición de las migraciones de principios del siglo XX, de la construcción del canal francés y del ferrocarril, pero con una importante variante: una masiva y sin precedentes migración de gente joven proveniente del interior del país”.

Precisamente otro de los aspectos que subraya el informe es que “la mayoría de los migrantes no atraviesa fronteras nacionales, sino más bien se desplaza dentro de su propio país: 740 millones de migrantes son migrantes internos y casi cuadruplican la cifra de migrantes internacionales”. En el caso de Panamá, el interiorano que va llegando a la capital en busca de mejores oportunidades, llega primero al centro de la ciudad pero después busca espacio en los alrededores y va formando barrios enteros como San Miguelito, donde se establecen grupos como los santeños que llegan en la actualidad a unas 300 mil personas. “Y se empezaron a generar pugnas con migrantes internacionales como los antillanos por el control de ciertos servicios como conductores de 'pangas' y taxis”, señala Heckadon. Poco después empieza la migración indígena que va creando barrios periféricos como Kuna Nega y Loma Cová ocupadas por migrantes de Kuna Yala, mientras en Curundú se sitúan los darienitas y chocoes colombianos. “Los indígenas son los migrantes más pobres con un 95% de pobreza y un 70% de pobreza extrema”, advierte Leis.

LOS PEROS DE LA DIVERSIDAD

Tal como el resto del Caribe, Panamá se consolida como un lugar especialmente multicultural, producto de muchas mezclas. “Esta diversidad”, señala Leis, “ofrece una mayor riqueza cultural, pero esta suma de identidades requiere ciertos referentes como un mapa, un estado, una literatura nacional, música, ciertas fiestas colectivas, un territorio, una bandera. Por eso, como hasta hace unos años Panamá no tenía un territorio integrado por la existencia en su seno un enclave colonial (las bases militares estadounidenses), la consigna de los panameños era “una sola bandera, un solo territorio”.

“Panamá hoy”, continúa Leis, “es una cultura en construcción que progresivamente ha ido avanzando, es un país cosmopolita donde existe una relativa tolerancia a la diversidad, pero donde subsiste un racismo sumergido” que no se reconoce pero que permanece en el insonsciente del panameño y que sale a flote cuando se usan apelativos como “chombo” para denominar al negro antillano o “comecoco” al negro colonial.

Para Stanley Heckadon, la experiencia transitista ha hecho al panameño algo indiferente con el extraño, lo cual es un obstáculo a la hora, por ejemplo, de desarrollar el turismo. “Quizás yace en la experiencia transitista”, aventura Heckadon, “el surgimiento de una cultura que no promueve la excelencia y el buen servicio sino más bien la conformidad con la mediocridad y la búsqueda de la ganancia especulativa a corto plazo”.

Para Heckadon, “Panamá es un país físicamente pequeño pero extraordinariamente diverso” y la mezcla de esas variadas y continuas corrientes migratorias, que ha recibido en diferentes etapas de su historia y todavía persisten, le proporciona a la nación unas características muy particulares que son la esencia de la panameñidad.

Panamá es un país físicamente pequeño pero extraordinariamente diverso.