10 nov 2009

20 años después de la Caída del Muro de Berlín: Más allá del Fundamentalismo de Mercado




Por Eric Hobsbawn (*)
LONDRES, Nov (IPS) El breve siglo XX fue una era de guerras religiosas entre ideologías seculares. Por razones más históricas que lógicas el siglo pasado fue dominado por la oposición entre dos tipos de economía mutuamente excluyentes: el “socialismo”, identificado con las economías planificadas centralmente del tipo soviético, y el “capitalismo”, que cubrió todo el resto.
Esta aparentemente oposición fundamental entre un sistema que buscó eliminar la búsqueda de lucro de la empresa privada y otro que procuró eliminar toda restricción del sector público sobre el mercado nunca fue realista. Todas las economías modernas deben combinar lo público y lo privado de variadas maneras y de hecho lo hacen. Las dos tentativas de cumplir a rajatabla con la lógica de esas definiciones de “capitalismo” y de “socialismo” han fracasado. Las economías de planificación comandada por el Estado de tipo soviético no sobrevivieron a los años 80 y el “fundamentalismo del mercado” angloestadounidense, entonces en su apogeo, se hizo pedazos en 2008.
El siglo XXI tendrá que reconsiderar sus problemas en términos más realistas. ¿De qué manera ha afectado el fracaso a los países anteriormente comprometidos con el “modelo socialista”? Bajo el socialismo ellos no fueron capaces de reformar sus sistemas de economía planificada, aunque sus técnicos tenían plena conciencia de sus defectos fundamentales, que eran internacionalmente no competitivos y seguían siendo viables sólo en la medida en que estuvieran aislados del resto de la economía mundial.
El aislamiento no pudo ser mantenido, y cuando el socialismo fue abandonado, ya fuera por el colapso de los regímenes políticos, como ocurrió en Europa, o por el propio régimen, como sucedió en China y Vietnam, esos Estados se zambulleron en lo que a muchos pareció como la única alternativa a disposición: el capitalismo en su entonces dominante forma extrema del libre mercado.
Los resultados inmediatos en Europa fueron catastróficos. Los países de la ex Unión Soviética no han superado aún sus efectos. Afortunadamente para China su modelo capitalista no se inspiró en el neoliberalismo angloestadounidense sino en el mucho más dirigista de los “tigres” del Este asiático. China lanzó su “gran salto adelante” económico con escasa preocupación por sus implicaciones sociales y humanas.
Este período está ahora llegando a su fin, tal como ocurre con el dominio del liberalismo económico angloestadounidense, aunque todavía no sabemos que cambios traerá la actual crisis económica mundial cuando sean superados los efectos de la sacudida de los últimos dos años. Una sola cosa es clara, hay un importante desplazamiento de las viejas economías del Atlántico Norte hacia el Sur y sobre todo hacia Asia del Este.
En esta situación, los Estados ex socialistas (incluyendo aquellos todavía gobernados por partidos comunistas) enfrentan muy diferentes perspectivas y problemas.
Rusia, habiéndose recobrado hasta cierto punto de la catástrofe de los años 90, quedó reducida a un fuerte pero vulnerable exportador de materias primas y energía, y hasta ahora ha sido incapaz de reconstruir una base económica más balanceada.
La reacción contra los excesos de la era neoliberal ha llevado a cierto retorno a una forma de capitalismo de Estado con una reversión a aspectos de la herencia soviética. Es evidente que la simple “imitación del Occidente” ha dejado de ser una opción. Esto es todavía más obvio en China, que ha desarrollado su capitalismo poscomunista con considerable éxito. Tanto es así que futuros historiadores bien podrían ver a China como el verdadero salvador de la economía del mundo capitalista en la actual crisis.
En resumen, ya no es posible creer en una única forma global de capitalismo o de poscapitalismo.
Sin embargo, modelar la economía futura es quizás el asunto menos importante de nuestras preocupaciones. La diferencia crucial entre los sistemas económicos radica no en sus estructuras sino en sus prioridades sociales y morales. A este respecto veo dos problemas críticos:
El primero es que el fin del comunismo ha significado el súbito fin de los valores, hábitos y prácticas sociales con los cuales han vivido varias generaciones, no sólo de los regímenes comunistas sino también los del pasado precomunista y que han sido ampliamente preservados bajo tales regímenes. Excepto para los nacidos después de 1989, se mantiene en todos un sentimiento de alteración y desorientación social, aún cuando los apuros económicos ya no predominan en la población poscomunista. Inevitablemente, pasarán varias décadas antes de que las sociedades poscomunistas encuentren un modo de vivir estable en la nueva era, y de que puedan ser erradicadas algunas de las consecuencias de la alteración social, de la corrupción y del crimen institucionalizados.
El segundo problema es que tanto el neoliberalismo occidental como las políticas poscomunistas que ha inspirado deliberadamente subordinan el bienestar y la justicia social a la tiranía del Producto Interno Bruto, sinónimo del máximo y deliberadamente desigual crecimiento. De esta manera se socavan, y en algunos países ex comunistas se destruyen, el sistema de seguridad social, los valores y los objetivos del servicio público. Tampoco existen bases para el “capitalismo con rostro humano” de Europa de las décadas posteriores a 1945 ni para satisfactorios sistemas poscomunistas de economía mixta.
El propósito de una economía no debe ser el lucro sino el bienestar de toda la gente, así como la legitimación del Estado es su pueblo y no su poder. El crecimiento económico no es un fin en sí sino un medio para crear sociedades buenas, humanas y justas. Lo que importa es cómo y con qué prioridades combinemos los elementos públicos y privados en nuestras economías mixtas. Esta es la cuestión política clave del siglo XXI. (FIN/COPYRIGHT IPS)
(*) Eric Hobsbawm, historiador y escritor británico.

1 nov 2009

Panamá un país multicultural...


Panamá país de migrantes


DARMA ZAMBRANA/PILAR CALDERÓN 

Desde la colonia, inmigrantes, extranjeros y locales, poco a poco le han dado forma a la panameñidad, una mezcla de razas, culturas, religiones y lenguas que hoy conviven y se enriquecen en la Panamá del siglo XXI.
A 106 años de la constitución de Panamá como estado independiente “la identidad panameña continúa siendo una historia sin resolver, una gran incógnita que no ha podido ser despejada aún”, al decir del antropólogo y sociólogo Stanley Heckadon, hijo de un norteamericano y una chiricana y prueba viviente de la diversidad cultural panameña. Para Raúl Leis, sociólogo, escritor y comunicador de ascendencia española y colombiana, la identidad panameña es una suma de identidades que conviven entre sí, se comunican, interactúan, se retroalimentan y producen un aprendizaje recíproco que genera la multiculturalidad que caracteriza a Panamá.

Según el Informe global sobre Desarrollo Humano de 2009 “Superando barreras: movilidad y desarrollo humanos”, casi mil millones de personas, es decir una de cada siete, son migrantes externos o internos. “Vivimos en un mundo extremadamente móvil donde la migración no es solamente inevitable, sino también una dimensión importantísima del desarrollo humano”, dice el informe preparado por el PNUD y presentado recientemente en Bangkok. El estudio señala además que -contrariamente a lo que se cree comúnmente- “la migración puede mejorar el desarrollo humano de quienes se desplazan, de las comunidades de destino y de los que permanecen en su lugar de origen”.

Y eso, precisamente, es lo que ha pasado con Panamá, un país que como muchos otros incluidos los Estados Unidos, es un claro ejemplo de una nación consolidada por las fuerzas migratorias que han llegado a ella desde la época colonial. Hernán Porras, el primer panameño graduado en antropología y autor en 1953 del primer estudio sobre el tema y del artículo “Papel histórico de los grupos humanos en Panamá”, reconoce tres grupos humanos en el Panamá de la colonización hasta fines del siglo XIX: el aborigen, “que ante la invasión y colonización española fue conquistado, eliminado y marginalizado”; el blanco aventurero de la conquista, con sus tres variantes -latifundista, campesino y capitalino- y finalmente el africano, que llegó con el español, dividido en tres grupos: el cimarrón, el esclavo rural y el doméstico. Según Porras, tanto el africano como el indígena eran casi marginales y el verdadero Panamá lo construyeron el comerciante blanco de la zona de tránsito (el eje Panamá – Colón) y el campesino blanco interiorano, descendiente de español y católico.

Las grandes corrientes migratorias, sin embargo, llegaron a Panamá a finales del siglo XIX y comienzos del XX de la mano de las grandes obras de infraestructura: el ferrocarril, el canal francés y el canal americano que, junto con una economía cuyo énfasis radicaba en el comercio y los servicios, crearon un polo de atracción para migrantes de todas partes del mundo. Según señala Raúl Leis, en ese entonces Panamá no tenía la capacidad para responder a la demanda de mano de obra de estos monumentales proyectos “por lo cual se generó una migración inducida, por cuotas y así llegaron jamaiquinos, europeos, (griegos, españoles e italianos), asiáticos y antillanos”.

Heckadon, por su parte, afirma en su ensayo “Convergencias étnicas en la nacionalidad panameña” que “el ferrocarril y el canal son hitos en la formación de la sociedad panameña contemporánea y su incorporación a la economía mundial. Hasta la mitad del siglo XIX (Panamá) era una sociedad colonial, ensimismada, pequeña, que cambiaba lentamente. Repentinamente llegaron las portentosas obras que nos unieron al mundo moderno y con ellas llegan miles de extranjeros trayendo sus culturas. De esta coexistencia surgirían nuevos mestizajes étnicos, culturales y acentuarían el cómo hacer para vivir juntos”.

LA FORJA DE LA PANAMEÑIDAD

“La movilidad generalmente aporta nuevas ideas, conocimientos y recursos, tanto para los migrantes como para los países de origen, que pueden complementar e incluso mejorar el desarrollo humano y económico”, asevera el Informe del PNUD. Y Panamá es una clara muestra de ello.Éste, por ejemplo, es uno de los países de la región donde más arroz se come porque la costumbre, como el grano, fue traída por los chinos que llegaron a la construcción del ferrocarril y adoptada por los panameños. También es común oírle decir a un panameño “hoy comimos buco pocotón” o admirativamente “¡buco pocotón!” mirando a una mujer generosa de formas. Ese “buco” es un panameñismo derivado del francés “beaucoup” que significa 'mucho', heredado de la presencia francesa en la época de la construcción del primer proyecto canalero.

“Esta interrelación”, dice Leis, “es lo que llamamos interculturalidad y es nada más y nada menos que la capacidad de las culturas de negociar espacios imaginarios de una integración, que puede ser positiva o negativa”.

A partir de la Segunda Guerra Mundial se produce un cambio fundamental en la escasa vinculación que tenía el Panamá de tránsito (ciudad de Panamá, Colón y alrededores del Canal) con el Panamá rural e indígena, y esto se constituye en un hecho importante para entender el flujo migratorio de entonces. “Estados Unidos”, relata Heckadon, “realizó una enorme inversión para defensa del Canal, construyendo más de 300 instalaciones militares. Al no haber mano de obra en Panamá llegaron hondureños, salvadoreños y nicaragüenses en una reedición de las migraciones de principios del siglo XX, de la construcción del canal francés y del ferrocarril, pero con una importante variante: una masiva y sin precedentes migración de gente joven proveniente del interior del país”.

Precisamente otro de los aspectos que subraya el informe es que “la mayoría de los migrantes no atraviesa fronteras nacionales, sino más bien se desplaza dentro de su propio país: 740 millones de migrantes son migrantes internos y casi cuadruplican la cifra de migrantes internacionales”. En el caso de Panamá, el interiorano que va llegando a la capital en busca de mejores oportunidades, llega primero al centro de la ciudad pero después busca espacio en los alrededores y va formando barrios enteros como San Miguelito, donde se establecen grupos como los santeños que llegan en la actualidad a unas 300 mil personas. “Y se empezaron a generar pugnas con migrantes internacionales como los antillanos por el control de ciertos servicios como conductores de 'pangas' y taxis”, señala Heckadon. Poco después empieza la migración indígena que va creando barrios periféricos como Kuna Nega y Loma Cová ocupadas por migrantes de Kuna Yala, mientras en Curundú se sitúan los darienitas y chocoes colombianos. “Los indígenas son los migrantes más pobres con un 95% de pobreza y un 70% de pobreza extrema”, advierte Leis.

LOS PEROS DE LA DIVERSIDAD

Tal como el resto del Caribe, Panamá se consolida como un lugar especialmente multicultural, producto de muchas mezclas. “Esta diversidad”, señala Leis, “ofrece una mayor riqueza cultural, pero esta suma de identidades requiere ciertos referentes como un mapa, un estado, una literatura nacional, música, ciertas fiestas colectivas, un territorio, una bandera. Por eso, como hasta hace unos años Panamá no tenía un territorio integrado por la existencia en su seno un enclave colonial (las bases militares estadounidenses), la consigna de los panameños era “una sola bandera, un solo territorio”.

“Panamá hoy”, continúa Leis, “es una cultura en construcción que progresivamente ha ido avanzando, es un país cosmopolita donde existe una relativa tolerancia a la diversidad, pero donde subsiste un racismo sumergido” que no se reconoce pero que permanece en el insonsciente del panameño y que sale a flote cuando se usan apelativos como “chombo” para denominar al negro antillano o “comecoco” al negro colonial.

Para Stanley Heckadon, la experiencia transitista ha hecho al panameño algo indiferente con el extraño, lo cual es un obstáculo a la hora, por ejemplo, de desarrollar el turismo. “Quizás yace en la experiencia transitista”, aventura Heckadon, “el surgimiento de una cultura que no promueve la excelencia y el buen servicio sino más bien la conformidad con la mediocridad y la búsqueda de la ganancia especulativa a corto plazo”.

Para Heckadon, “Panamá es un país físicamente pequeño pero extraordinariamente diverso” y la mezcla de esas variadas y continuas corrientes migratorias, que ha recibido en diferentes etapas de su historia y todavía persisten, le proporciona a la nación unas características muy particulares que son la esencia de la panameñidad.

Panamá es un país físicamente pequeño pero extraordinariamente diverso.

25 sept 2009

Le conviene a Centroamérica una moneda común?


El economista Jorge Barboza, aborda la temática intentado dar respuesta a las siguientes preguntas: ¿Se justifica 
que los países centroamericanos tengan monedas propias?.  ¿Cuáles opciones monetarias tienen estos países?. ¿No sería más conveniente que tuvieran  una moneda común, ya sea propia o una divisa como el US dólar, el Euro o el Yen?.
Una de las conclusiones a las que llega el artículo es que por el reducido tamaño de las economías centroamericanas  individualmente  y la visión de conjunto que se tiene  de las economías  de la región  desde el exterior (Centroamérica),  son elementos importantes que favorecen la adopción de una moneda  común  centroamericana,  de curso legal en todos los países


Leer artículo completo: www.secmca.org/NOTAS_ECONOMICAS/articulo25sep2009.pdf

5 abr 2009

América Latina y los Desafíos de la Seguridad Hemisférica.



Tras el fin de la Guerra Fría, la emergencia de la globalización y el punto de inflexión que marcan los acontecimientos del 11 de septiembre de 2001 en Estados Unidos, fueron factores que incidieron para una serie de transformaciones que ha experimentado el sistema internacional en todos los ámbitos. A partir del 11-S, los temas relacionados con la seguridad fueron colocados como prioridad en la agenda internacional. Sumado a ello, el campo de acción de la seguridad, es condicionada por aspectos económicos, políticos y sociales, que además, ha modificado los  fundamentos estratégicos y doctrinarios de la seguridad internacional, hemisférica, regional y nacional, y en consecuencia, las políticas de defensa se van articulando de acuerdo con los objetivos nacionales de los Estados.

Para los propósitos de este ensayo interesa tomar como referencia el enfoque de seguridad adoptado y reconocido por los países latinoamericanos en el marco de la OEA en 2003. Los países latinoamericanos reconocieron oficialmente el enfoque multidimensional de la seguridad para el tratamiento de una agenda amplia de amenazas, que va más allá del enfoque estadocéntrista del periodo de Guerra Fría. De igual manera, estos cambios en materia de seguridad se han venido complementando por procesos de apertura y liberalización comercial, democratización e integración regional.

Se destaca que a pesar de que en la retórica de los discursos y declaraciones diplomáticas de los gobiernos, se reconoce una visión multidimensional para abordar los problemas de inseguridad que enfrenta América Latina. Esa visión de la seguridad es aún una mera concepción holística que ha sido difícil materializar, por una serie de debilidades presentes en América Latina. Al contrastar con los hechos, la región sufre de una serie de trastornos y distorsiones, entre ellas, la debilidad de los Estados y los procesos inconclusos de consolidación de las democracias, lo que obstaculiza un tratamiento integral de la seguridad.


Al referirnos a la democracia y la seguridad es importante reconocer que ambos son conceptos complejos y como tales dan lugar a interminables discusiones sobre su significado y contenido. En términos generales la seguridad se refiere a la ausencia y/o mitigación de amenazas. La seguridad sólo se puede concretarse en condiciones y circunstancias específicas. En cuanto a la democracia, se analizara desde una perspectiva que va más allá del régimen electoral poniendo énfasis en la calidad de los sistemas políticos democráticos para brindar seguridad a sus ciudadanos. A más de tres décadas del establecimiento del paradigma democratizador en América Latina, los problemas de pobreza y desigualdad no se han resuelto. América Latina se encuentra enfrentada a diversas fuentes de inseguridad.


El fin de la Guerra Fría significó para América Latina en términos de seguridad, la desaparición de enemigos externos, lo que reforzó la tendencia hacia el desarme y la subordinación de los militares al poder civil. El panorama de seguridad latinoamericano  a inicios del siglo XXI se caracteriza por dos tendencias: por un lado, la restauración de la democracia y los proyectos de integración han contribuido a la pacificación de la región, la creación de medidas de la confianza mutua y la creciente subordinación de las Fuerzas Armadas al poder civil; por el otro, en determinados países se observa un resurgimiento de la violencia y la militarización de la sociedad, estrechamente vinculado con las nuevas tareas de las Fuerzas Armadas.[1]

Cuando se  analiza el escenario latinoamericano se destaca que la democracia es una condición indispensable para la estabilidad, la paz, la seguridad y el desarrollo. Sin embargo, nos enfrentamos a una serie de contradicciones en las relaciones internacionales contemporáneas, que obstaculizan el avance del binomio democracia-seguridad. Una de ellas es la dicotomía globalización-fragmentación, mientras que la globalización, se apoya en la democracia y el libre mercado, y en consecuencia tiende a más integración e interdependencia, multilateralismo, universalismo y homogeneización; por otro lado, la fragmentación, provoca desintegración, unilateralismo, y heterogeneidad.

Los altos grados de interdependencia  e interrelación presentes en el escenario internacional  provoca que las amenazas adquieran un carácter global y de rápida transnacionalización. La región latinoamericana se sitúa ante una realidad interméstica de amenazas, es decir la mezcla simultanea de hechos locales e internacionales.  El impacto de las amenazas han ido determinando, no sólo el propio concepto de seguridad, sino también la agenda del sistema internacional. El panorama de seguridad en el continente americano, específicamente en Latinoamérica, se caracteriza por las siguientes tendencias:

  • La restauración de la democracia y los proyectos de integración como elementos que han contribuido a la pacificación de la región.
  • La ausencia del enemigo externo durante la Guerra Fría, el fenómeno de la inseguridad ciudadana ha contagiado a toda la región y representa hoy la más seria amenaza para el orden democrático[3]
  • El aumento de la violencia, se constituye como un fenómeno de carácter social donde confluyen varios factores de distinta índole y constituye la principal limitante del desarrollo económico y social  de la región.

Un problema de seguridad común en toda la región es el aumento de la violencia y la inseguridad ciudadana, consideradas como las principales preocupaciones de las sociedades latinoamericanas. Asimismo, representa uno de los problemas que más afecta la calidad de las instituciones democráticas de la región (deslegitimación). América Latina se caracteriza por ser la región con mayor tasa de homicidios a nivel mundial. El Caribe presenta la tasa mayor con 30 homicidios por 100.000/hab., el promedio de Sudamérica es de 26 y el de América Central de 22 (UN-WB. 2007).

Un 63% de las personas en América Latina y el Caribe se sienten inseguras, es decir, sienten temor. Un 73% de las personas en la región teme ser víctima de un delito violento. Esta percepción se sustenta en el hecho que las víctimas de delitos han aumentado significativamente desde 1995, cuando el 29% de la población fue víctima de algún delito. En 2006 subió a un 32% y en 2007, aumentó al 38% (Latinobarómetro, 2007). Por otra parte, la inseguridad se extiende a otras dimensiones, según informes del BID y del Banco Mundial, América Latina es la región más desigual del planeta. El 5% más rico recibe el 25% del ingreso, mientras el 30% más pobre recibe menos del 7.5%. Los más ricos reciben un ingreso 84 veces mayor que los más pobres.

Estos indicadores refuerzan la idea de que América Latina presenta actualmente una serie de paradojas. Hay más democracia, pero una parte creciente de la población cuestiona su capacidad de mejorar sus condiciones de vida (creciente crisis social y profundas desigualdades); hay crecimiento, pero la pobreza se encuentra en sus niveles más altos desde los 80; aunque se han realizado reformas económicas, los resultados distan mucho de ser los esperados.

La crisis de seguridad que actualmente vive América Latina tiene sus raíces en un conjunto de factores, tales como, la falta de definición conceptual sobre seguridad, la aceptación de las doctrinas de otros países sin tomar en cuenta las amenazas reales de la región, y las debilidades del Estado democrático, ya que se trata de procesos de transición incompletos.

En América Latina, es falso el dilema que señala que la pobreza o la falta de desarrollo es el origen del problema de la inseguridad y los altos índices de violencia. En el pasado había pobreza en niveles superiores, lo cual no implicó que automáticamente la población optara por el crimen como medio de vida. Este es un fenómeno reciente, gestado a finales de la guerra fría, pero sobre todo desde los años noventa. Es un producto de la globalización y la apertura de mercados, más que del subdesarrollo. El atraso de amplias zonas rurales, su falta de comunicación y la ausencia del Estado es un factor que contribuye, pero que no explica la gestación del crimen organizado. Igualmente, la demanda de cocaína en Estados Unidos y Europa, así como los amplios mercados de armas ilegales, alimentan al narcotráfico y la violencia social. En este sentido, el incremento de la delincuencia común y del crimen organizado tiene vasos comunicantes, pero está más asociado a una transición incompleta hacia la democracia, la debilidad del Estado de derecho y la tardanza en la instrumentación de la reforma del Estado en el sector seguridad. Las reformas del Estado en los sectores de justicia, policía, inteligencia y fuerzas armadas han sido insuficientes o de velocidad lenta.

Este déficit social, económico y de seguridad afecta la  gobernabilidad democrática en la región, aumentan la insatisfacción ciudadana y promueve actitudes apáticas hacia la democracia. Es allí, donde se evidencian las mayores vulnerabilidades de los gobiernos democráticos en la región. Asimismo, el impacto de amenazas como el narcotráfico que permean las estructuras de los Estados, desarrollan espacios sin ley y sin control, incrementando la posibilidad de estados fallidos (Haití), generan grandes vulnerabilidades externas a las que los estados de la región deberán responder con nuevas formas de coordinación y nuevas maneras de enfrentar a fuerzas como el crimen organizado, para lo cual la cooperación internacional es esencial.

En América Latina y paralelamente con la evolución de la seguridad hemisférica en el sistema interamericano, se ha transitado de una concepción estadocentrica que se limitaba a atender las amenazas interestatales, las cuales en el contexto post guerra fría han disminuido.  Sin embargo, las amenazas no tradicionales de carácter intra-estatal se han incrementado debido a los altos grados de interdependencia presentes en el sistema internacional. Los problemas de seguridad en el hemisferio cambiaron de rostro por completo cuando las amenazas  se entremezclaron de manera compleja, debido a las transformaciones políticas, económicas y sociales que atravesaba la región entre los noventa y especialmente a inicios del siglo XXI. 

Los noventa constituyeron un periodo importante en este proceso de reconstrucción de la arquitectura de seguridad en el continente.En esta década emergen a la agenda de seguridad hemisférica las Nuevas Amenazas, también llamadas Amenazas No Convencionales o No-Estatales.Asimismo, se da el primer avance en el marco de la OEA con el Compromiso de Santiago de Chile de Defensa de la Democracia en 1991. En dicho Compromiso se incluyó la defensa de la democracia, las amenazas a la seguridad y estabilidad política del hemisferio, además, aparecieron en la agenda de seguridad de los países, amenazas que son a su vez internos e internacionales, llamados "intermésticos", como el narcotráfico, el terrorismo y el crimen organizado.

Este proceso de cambios en la seguridad hemisférica ha estado condicionado por los efectos del proceso de globalización. La naturaleza de problemas y/o amenazas como el medio ambiente, el narcotráfico, la corrupción, el terrorismo, la violación de los derechos humanos, la salud, entre otros, ha llevado a que los Estados reconozcan que necesitan de la cooperación e integración de esfuerzos, debido a que estas amenazas son de diversas naturalezas y de difícil territorialización, y éstas ya no pueden ser tratadas, ni solucionadas unilateralmente, o aisladamente.  Convivimos con un nuevo contexto internacional caracterizado por la transnacionalización de las nuevas amenazas, lo cual demanda una nueva forma de abordar los factores de inseguridad.  Tal como señala Barry Buzan, el concepto de seguridad fue adquiriendo mayor complejidad y se caracteriza por ser  multidimensional.

Es posible identificar cinco dimensiones para definir a la seguridad, entre ellas se encuentran: la dimensión militar, política, económica, social y medioambiental. A partir de las cuales nos muestra que estas no operan aisladas las unas de las otras sino que están entrelazadas en una red de interdependencia. Se puede considerar que "en lo militar, seguridad se refiere a las capacidades ofensivas y defensivas de los estados y a las percepciones de los estados sobre las intenciones de otros. Seguridad política se refiere a la organización de los estados, sistema de gobierno e ideologías que dan legitimidad a otros estados. Seguridad económica tiene que ver con el acceso a recursos, finanzas y mercados necesarios para sostener niveles de bienestar a la población y estabilidad de los estados. Seguridad del sistema social se refiere a la capacidad de la sociedad de mantener los elementos de identidad cultural, de lenguaje, religiosas y de identidad nacional, adecuados a patrones socialmente aceptados. Y seguridad ambiental es entendida como aquella que permite que los otros sistemas se apoyen." 

Con los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Estados Unidos, comienza una serie de debates relacionados con el rol de las instituciones interamericanas de seguridad, como la Junta Interamericana de Defensa (JID), el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR), y la Organización de Estados Americanos (OEA),  para enfrentar las nuevas amenazas a la seguridad en el continente. Esto genero en el seno de la OEA un proceso de revisión de los conceptos de seguridad y defensa, sustentándose en que la naturaleza y alcance de las amenazas son de carácter multidimensional.

 Estas tendencias influyeron en el diseño de las agendas de seguridad y en la evolución de la definición de seguridad de los Estados latinoamericanos. Los problemas de inseguridad en América Latina están relacionados con otros fenómenos como el narcotráfico, el crimen organizado, la corrupción, tráfico de armas, reconocidos por los Estados como las nuevas amenazas. Los Estados miembros de la OEA en la  Conferencia Especial sobre Seguridad celebrada en México (2003), evento que  marca un hito trascendental en  lo referido a la conceptualización de la seguridad se reconoció el enfoque multidimensional para el tratamiento de las nuevas amenazas, las cuales impactan no sólo la seguridad nacional de los Estados, o al individuo en su modalidad de seguridad humana sino también, al escenario internacional, en su peculiaridad de seguridad internacional.

La nueva definición amplió el concepto tradicional de seguridad, incorporando amenazas nuevas y no tradicionales, terrorismo, la delincuencia organizada transnacional, el problema mundial de las drogas, la corrupción, el lavado de activos, el tráfico ilícito de armas y las conexiones entre ellos; pobreza extrema y exclusión social de amplios sectores de la población, que también afectan la estabilidad y democracia, erosiona la cohesión social y vulnera la seguridad de los Estados; los desastres naturales y los de origen humano, el VIH/SIDA y otras enfermedades, otros riesgos a la salud y el deterioro del medio ambiente; la trata de personas; los ataques a la seguridad cibernética; la posibilidad de que surja un daño en el caso de un accidente o incidente durante el transporte marítimo de materiales potencialmente peligrosos, incluidos el petróleo, material radioactivo y desechos tóxicos; y la posibilidad del acceso, posesión y uso de armas de destrucción en masa y sus medios vectores por terroristas.

Todas estas amenazas en conjunto se denominan “multidimensionales”, por su origen distinto, la importancia para cada país, y las diferentes herramientas para hacerles frente. El concepto de seguridad multidimensional pretendía resolver las diferencias nacionales sobre las prioridades, y en él se pueden incluir los diferentes conceptos y doctrinas de seguridad. Sin embargo, el nuevo esquema extiende el concepto de seguridad a muchas problemáticas de otro carácter, y se parece más a una larga lista de problemas acorde a las necesidades de cada país, sub-región o región. Sumado a ello, no se concretizó el establecimiento de planificación y diseño para una política hemisférica de seguridad y defensa común, ni definió un marco institucional unívoco.


El riesgo de los documentos hemisféricos es que no materialicen los principios de “buena voluntad”, acordados a nivel político-diplomático. Es necesario reconocer que el marco conceptual propuesto por la Declaración de Seguridad carece de mecanismos de verificación, sin calendarios, sin programas específicos, sin planes de cumplimiento y/o seguimiento y jerarquización de amenazas. Por este tipo de aspectos, la institucionalidad en materia de seguridad en el hemisferio es incipiente y débil, sumado a ello los gobiernos no aceptan dar pasos cualitativos para construir un régimen colectivo de seguridad.

Por otro lado, con el reconocimiento de la multidimensional o arquitectura flexible, se amplía la agenda y casi todos los problemas pueden ser considerados una potencial amenaza a la seguridad. Esta situación repercute en América Latina debido a sus incipientes procesos de consolidación democrática.  Específicamente, los factores de inseguridad tienden a ser más internos que externos, y están relacionados con la gobernabilidad.

Las debilidades del enfoque multidimensional de la seguridad, es que presenta una definición demasiado amplia y generalizada sobre lo que constituye una amenaza, como también “el oscurecimiento entre los conceptos de defensa y seguridad”, estos factores generan que la seguridad pierda su significado y aplicabilidad. Cabe mencionar que luego del 11-S, la lucha contra el terrorismo se colocó prioritariamente en la agenda de seguridad internacional y hemisférica.  Sin embargo, tratar factores como la pobreza extrema, la exclusión social que son problemas estructurales, como amenazas de igual impacto al terrorismo, conllevaría a “securitizar” todos los aspectos de la agenda hemisférica.

Por “securitizar” se entiende, a la acción de relacionar un tema especifico directamente con el ámbito de la seguridad, para que de esta forma, el tema adquiera prioridad en los procesos de toma de decisiones políticos gubernamentales.Es decir, que frente a cualquier tema que se presente como una amenaza potencial y que requiere de un abordaje por parte de las instituciones pertinentes, lleva a que el tema cambie de categoría y llegue a verse relacionado como una amenaza a la seguridad, siendo incorporado en la agenda.

Es necesario mantener mesura conceptual sobre la seguridad, ya que una ampliación descontrolada del concepto de seguridad, conlleva a la "securitización" de la agenda social, trascendiendo a una progresiva militarización de asuntos que seguramente no se resolverían por ese medio. En determinados países, por los altos índices de violencia y delincuencia, se da una progresiva militarización que tiene su origen con las nuevas tareas de las fuerzas armadas en actividades de seguridad pública, ejemplo de ello es el caso de El Salvador, que asigna un  patrullaje conjunto entre Policía Nacional Civil y fuerzas armadas para enfrentar a las demonizadas “maras”.

La ausencia de una definición concertada y concreta de las amenazas no contribuye a dar pie para implementar acciones precisas.  Lo cual obstaculiza el esfuerzo por contrarrestar adecuadamente las amenazas no convencionales que azotan a la región que por sus características, no son susceptibles de ser abatidas de forma unilateral.

Después de los acontecimientos de 11-S, la Administración Bush ha influido en colocar al terrorismo como amenaza prioritaria en las agendas políticas de los gobiernos de los países del resto del continente, ocupando para ese fin, las instituciones interamericanas de seguridad. La administración Bush, busca tener la resonancia política necesaria en los gobiernos miembros de la OEA para enfrentar sus propias amenazas nacionales de la misma manera que ocupó las instituciones  hemisféricas en el contexto de la guerra fría. Sin embargo, la complejidad de las nuevas amenazas hace difícil ese consenso.
  
La seguridad hemisférica se ha caracterizado por el fraccionamiento de su institucionalidad en una pluralidad de regímenes, mecanismos e instituciones, entre los cuales se destacan:
  • los procesos políticos propios de foros multilaterales;
  • los acuerdos de cooperación subregionales o bilaterales; y,
  • los programas de cooperación militar, como un subsistema relativamente formalizado de relaciones entre Fuerzas Armadas de la región.

Uno de los grandes debates dentro y fuera del marco de la OEA es la definición de Seguridad propiamente dicho. El concepto y las posturas nacionales van desde la definición de amplias agendas de seguridad, propias de los postulados de seguridad nacional de muchos países, tal es el caso de México, país que insiste en incorporar temas de “desarrollo” (la pobreza como fuente de inseguridad); Canadá con su planteamiento doctrinario de “Seguridad Humana”; y muchos países del Caribe, donde las amenazas se perciben en problemas como desastres naturales, catástrofes en materia de salud como el VIH/SIDA, hasta conceptos más estrechos, relacionados con amenazas propiamente militares (como las sostenidas por Colombia) o vinculadas al ámbito de la defensa.

En ese sentido, no existe un consenso en cuanto a la definición de la seguridad hemisférica, y se presentan una diversidad de agendas de seguridad que carecen de unidad y consenso. La dinámica conceptual de la seguridad hemisférica muestra  por un lado, la existencia de amenazas intra y extrarregionales. Además, las realidades propias de cada contexto generan percepciones diferentes de amenazas en cada subregión. Para ilustrar lo anterior, el siguiente cuadro detalla como la jerarquía de amenazas varia por subregión.

Niveles de Percepciones de Amenazas por Subregión
MERCOSUR
Países Andinos
Centroamérica
Caribe
Narcotráfico
Narcotráfico
Narcotráfico
Narcotráfico
Terrorismo
Terrorismo
Terrorismo
Terrorismo
Tráfico de armas
Pobreza y carencias sociales
Medio Ambiente y desastres naturales
Pobreza y carencias sociales
Crimen Organizado
Guerrillas y grupos subversivos
Crimen Organizado
Medio Ambiente y desastres naturales
Medio Ambiente y desastres naturales
Tráfico de armas
Pobreza y carencias sociales
Tráfico de armas
Pobreza y carencias sociales
Crimen Organizado
Tráfico de armas
Crimen Organizado
Guerrillas y grupos subversivos
Medio Ambiente y desastres naturales
Guerrillas y grupos subversivos












Fuente: Cuadro de F. Rojas Aravena. Memorias del Seminario Enfoques Subregionales de la seguridad hemisférica.

La necesidad de generar un concepto de seguridad en las Américas se ve reforzado por la alta heterogeneidad regional. La diversidad caracteriza al hemisferio. Las preocupaciones de seguridad de la Cuenca del Caribe son muy distintas a las de los países sudamericanos. Las diferencias también se expresan en el terreno económico, así como en las capacidades para enfrentar vulnerabilidades provenientes de situaciones ambientales. Más allá de aquellas evidentes referidas a territorio, población, recursos naturales.

La región se deleita en un discurso sobre los elementos comunes de la identidad que no se han traducido en acción en el campo de la seguridad y menos aún en el de la defensa. Los avances en materia de cooperación política y de integración regional, no se extienden automáticamente al ámbito militar. Numerosas declaraciones y entendimientos políticos en materia de seguridad, fomento de confianza, reducción de armamentos y gastos militares y temas afines, simplemente no son llevados a la práctica.

Se puede concluir que la seguridad hemisférica a inicios del siglo XXI, transita por una etapa de transición y se encuentra determinada por las tendencias de los escenarios económicos y políticos globales. Esto implica una redefinición más amplia e integral de los objetivos nacionales y de las proyecciones de seguridad y  defensa de los Estados, frente a fenómenos de carácter transnacional. A partir de esto las políticas de seguridad y defensa de los países de América Latina deben concebirse teniendo en cuenta las complejas interdependencias existentes entre lo global, regional y nacional, como también iniciar un proceso de fortalecimiento del multilateralismo en la OEA, con el objeto de establecer sinergias y cooperación en materia de seguridad, tomando en cuenta las asimetrías y heterogeneidad de los países latinoamericanos.

Los países latinoamericanos enfrentan  una doble agenda en cuanto a la seguridad, por un lado, la agenda histórica, que se vincula con los temas de delimitación fronteriza que poseen un fuerte peso en las percepciones de amenaza de carácter militar; y por el otro, la nueva agenda que incorpora  procesos de integración, el fenómeno de la transnacionalización y la globalización.

A pesar de estas características contemporáneas de la seguridad, las políticas de defensa en América Latina se caracterizan por su carácter difuso en cuanto a su proyección global, por ello para propiciar adecuados balances estratégicos se demanda políticas de defensa que correspondan a equilibrios regionales y a ciclos estratégicos de largo plazo de dimensión global. 

La complejidad del enfoque multidimensional tiene que estructurarse sobre las bases de un marco de  cooperación e integración que conlleve a una coordinación interestatal. También es preciso que se conjugue la voluntad política y el compromiso de los Estados americanos sobre la base de principios, valores compartidos y enfoques comunes, a fin de poder avanzar hacia mayores grados de cooperación y asociación.

La amplitud del enfoque de seguridad multidimensional no brinda una definición profunda y concreta del término seguridad, lo cual dificulta operacionalizar por un lado políticas de seguridad nacional que se articulen con los trabajos a nivel hemisférico, que vayan destinadas a prevenir, contener y superar las nuevas amenazas. La amplitud de enfoque multidimensional, incorpora problemas de desarrollo humano, pobreza, temas ambientales, enfermedades, desastres naturales, entre otros, pero no explica concretamente que se entenderá por amenazas y no establece una ruta a seguir para el establecimiento de planes de seguridad hemisférica.

Por la amplitud y complejidad  del enfoque multidimensional, no se aprecia una agenda de prioridades compartida, siendo esto uno de los mayores obstáculos. Para consolidar los esfuerzos que se están desarrollando para establecer un nuevo esquema multidimensional debe construirse a partir de un proceso de integración gradual, flexible, en un ambiente de  cooperación. Asimismo, es  importante identificar valores e intereses comunes que abonen a la integración de las distintas regiones. La heterogeneidad de la región constituye  un elemento decisivo para identificar las oportunidades y necesidades de la cooperación en materia de seguridad, para lo cual, se requiere de una ruta estratégica que permita  jerarquizar  las amenazas  de  acuerdo  con  las  necesidades  de  cada  Estado. 


La relación entre seguridad y democracia es necesaria para formular respuestas ante las amenazas cada vez más complejas que se ciernen sobre Latinoamérica.  El desafío central en el futuro próximo y a mediano plazo para América Latina lo constituye el desafío democrático y de gobernabilidad.



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